Borde
Era borde hasta decir basta. Nunca había sido capaz de relacionarse correctamente, o al menos de una manera cordial, con sus semejantes. En el colegio ya la señalaban con el dedo y le hacían el vacío. No era de extrañar. A cualquier pregunta, proposición, sugerencia, simple roce, se subía por los cerros de úbeda.
Se ponía en jarras, en la más rancia tradición de las cuñadas bigotudas de mediana edad que pululan por los pueblos de la España profunda (y también se hacen ver bastante en los arrabales, macrourbes y ciudades dormitorio), encogía la nariz, adelantaba el mentón, juntaba las cejas y soltaba el bufido.
-"A mí me vas a decir tú esto".
La interlocutora, a lo mejor una cajera de supermercado, o una compañera de trabajo, o la asistenta del segundo segunda que se ha cruzado por la escalera, no podía en ese momento hacer más que poner cara de asombro, porque si le daba por argumentar, contestar o simplemente, respirar, la que se le venía encima no tenía medida.
A los brazos en jarras acompañaba el movimiento epiléptico y desacompasado de la cabeza, con los rizos de la permané enloquecidos y rebotando como muelles con mechas, y los pechos, grávidos, colgantes y a duras penas soportados por un corsé que debía ser de diseño alemán para aguantar aquello, meneándose lado a lado, como la cornamenta de un vitorino doliéndose de un bajonazo.
La retahíla que seguía, dependía de la ocasión: tanto podía ser algo definitivo, obscenamente definitivo:
- A mí no me vas a joder tú la mañana.
Que vaya usted a saber lo que este engendro entiende por "joder la mañana". Pero, cualquiera se lo pregunta. Otras veces, la respuesta a cualquier contestación previa es otra pregunta:
- Pero ¿tú te crees que yo no sé hacer mi trabajo? - o
- ¿Qué me estás contando?
Lo que, a pesar de las apariencias, no indica que en ningún momento le importe lo más mínimo lo que le estés contando, lo que te pase, los problemas que puedas tener, tu estado de ánimo, o lo que pretendas comunicarle en ese momento: lo único que le importa es asustarte (acojonarte, diría ella -no sé si seguir llamándole "ella").
Eso sí, cuando el interpelado tiene la suficiente presencia de ánimo y la supervisora, el jefe, la gerente, el capataz, o el municipal de la barriada llegan a informarse del sucedido, este bicho (no sé si esto es justo para los bichos) recoge velas, pone cara de no haber roto un plato (no le sale: el bigote desdibuja mucho las facciones) y niega la mayor:
- ¿Yo? ¿Que yo he tratado mal a esta mujer? ¡Pero si yo no le he dicho nada!
En qué acabe el proceso depende mucho de la capacidad del superior (la supervisora, el jefe, la gerente, el capataz, o el municipal de la barriada) y de sus ganas de llevar el proceso más adelante.
En cualquier caso, la interpelada, la cajera del supermercado, la asistenta del segundo segunda, una paciente si es que es enfermera, los viajeros del autobús, cualquiera a su alrededor, se quedan con el disgusto, el berrinche, esa comezón que te hace arder los carrillos y que a veces te hace saltar las lágrimas: la impotencia de tener que existir en el mismo mundo, en el mismo país, o en la misma calle que semejante bicharraco.
Estés donde estés, borde bigotuda y sobrepesada, ¡así te zurzan!
So borde.
1 Cosas:
Eso, eso... ¡que te zurzan! ¡que te jodan (mal)! ¡¡Piérdete!!
So borde. Jajajaja...
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