Despertares
Abrió los ojos.
Todavía estaba oscuro. Maldito cambio de hora.
El brazo izquierdo palpó, derribando algo, como siempre, toda la superficie de la mesilla hasta que dio con el botón que apagara el pito espantoso. ¿Es necesario que el pito de los despertadores sea tan insufrible?
Recibió un rodillazo, leve pero notorio, en la parte baja del vientre. Vale: ya me levanto.El proceso de encontrar, a ciegas, las zapatillas en el costado de la cama, le llevó un minuto entero y provocó la recepción de otro rodillazo acompañado, esta vez, de un gemido. Que sí, que ya me voy.
Una vez en la cocina, con el batín desatado, las zapatillas puestas en el pie contrario y, eso sí, el cigarro ya colgado de la comisura izquierda, empezó a guiñar, pestañear y hacer gestos diversos hasta que consiguió despegar las pestañas. Había que localizar la cafetera (joder con la rusa esta: dónde la habrá escondido esta vez), ponerle agua, no derramar demasiado café sobre la carísima encimera de granito surafricano (¿no hay granito en Guadalajara, coño?), encender la vitro y poner el artefacto centrado sobre el circulito blanco pintado en el cristal, porque si la ponía a voleo, como a veces, y no coincidía justo en el centro, para cuando saliera el café, a él ya le habrían salido canas (más).
El suelo de la ducha estaba tan frío como de costumbre, y el agua caliente tardaba en salir lo de siempre: ya le gustaría a él disfrutar tanto en la ducha como las chavalas que salían en la tele corriéndose vivas por usar el champú de las sensaciones orgánicas, no te jode. A ellas querría verlas a las siete de la mañana, con un sueño de seis pares y pisando unas baldosas tan frías. Mierda de febrero.
Para variar, la cafetera suena cuando está con la cabeza enjabonada y tiene que acabar rapidito y salir, chorreando, mojando el parqué y resbalándose en la cocina. Por suerte, esta vez no se ha destrozado el meñique contra la pata del mueble, pero sí se las ha apañado para derramar un resto de zumo que había en un vaso.
Esto le recuerda que no se ha tomado el complejo vitamínico, el zumo de naranja y los crispis de fibra.
Se sirve un café, coje un plátano de la nevera (gracias a dios, hay) y se sienta a la mesa, mirando por la ventana. La vista es más bien monótona: el bloque de enfrente, con la mayoría de las ventanas apagadas (qué suerte), aunque hay algún otro pringao como él que ya está en pie. Aun así, prefiere mirar por la ventana, al menos puede ver un trocito de cielo, todavía negro zaíno, pero aclarando por el este, dos estrellas (con su suerte, fijo que son satélites) y el reflejo difuso de las luces de la ciudad.
El café está más bien mediocre: últimamente ni el agua es lo que era.
Ya seco, sube las escaleras y se enfrenta a otro dilema: qué me pongo. Si es que era más fácil antes, cuando trabajaba en aquella compañía, traje, camisa, corbata que no desentonara demasiado, y punto. Ahora, a ver qué nivel de "sport" se pone: ¿vaqueros y polo? ¿chinos y camisa a cuadros? ¿volver al traje? mejor no.
En el dormitorio, se vuelven a escuchar gruñidos y crujido de muelles. Al final se va a levantar y con la leche que gasta a estas horas, mejor me quito de enmedio.
Abrigo puesto. Las llaves del garaje suenan y pesan en el bolsillo. ¿Me toca echar gasolina? Baja las bolsas de basura para echarlas al maletero. Puede que luego se le olvide parar en el contenedor y las bolsas se tiren todo el día en el parking de la oficina, con sus contenidos cada vez más putrefactos y hediondos.
En el portal, el vecino del ático. Con la misma cara desencajada que él. Vaya vida. Buenos días. ¿Qué tal? Ya ves, aguantando. Vale, pues que se de bien. Adios. Hasta luego.
La salida por la rampa del garaje le desvela una molestia mas: llueve. Gotitas aún muy finas, pero que, seguro, se juntarán con la suciedad acumulada para convertirse en un fango de aspecto opaco, que ocultará el precioso color mierda palo del coche.
Y, cincuenta metros más allá, el atasco.
Dios.
1 Cosas:
Es depresivo, efectista... Y está muy bien.
Publicar un comentario
<< Principal